El enigma del Titanic español.

El barco.

Hola amigos.

Prepararos para viajar a lo misterioso, a aquello que a veces no tiene explicación. ¿Verdades o leyendas de viejos marinos? Enigmas sin resolver…

Marina Vidal, una joven gallega nacida en Chapela, un pueblecito cerca de Marín, de veinticuatro años, alegre, dispuesta y desenvuelta, avanzaba por la pasarela que le llevaba a embarcar en el majestuoso trasatlántico de la Compañía Pinillos e Izquierdo, el “Príncipe de Asturias”, que le llevaría hasta Brasil, mientras de reojo se despedía de Cádiz, el último puerto peninsular en el que hacía escala.

No era su primer viaje. Había emigrado a ese país en 1914, como gran cantidad de españoles que habían decidido hacer las américas. Allí había conseguido montar un próspero negocio de moda, y ese año de 1916, pese a la guerra decidió volver a Europa, a París, para proveerse de telas, y ropas finas para venderlas a sus clientas brasileñas y argentinas. Desde allí, una vez visitados sus familiares en Galicia, había partido vía ferrocarril hacia Cádiz, la “tacita de plata” para embarcarse de regreso.

Desde luego nada se interponía en su camino. Era lo que ahora llamaríamos una emprendedora.

Desde el puente de mando del barco, el capitán José Lotina, un bravo y experimentado marino vasco, escudriñaba todas las maniobras de carga del buque, mientras, a su lado el segundo oficial, Rufino Onzaín, de veinticuatro años se dirigía a la sala de derrota para marcar los rumbos a seguir en el momento de emprender viaje.

El Príncipe de Asturias había zarpado el 17 de febrero de 1916 del puerto de Barcelona, y tras hacer escala en Valencia, Almería, Cádiz y Las Palmas de Gran Canaria, para cargar pasajeros y mercancías, tomaría rumbo a Sudamérica atravesando el Atlántico.

Era el barco más moderno de la Compañía, desplazaba 16.500 toneladas, con una eslora de 140 metros y medio.

Era un auténtico palacio flotante, construido con todos los últimos adelantos de la época. Tenía capacidad para 1900 pasajeros, 150 en primera clase, 120 en segunda, otros 120 en segunda económica y 1500 en los sollados llamados de emigrantes. Además, en sus bodegas se acumulaban diferentes cargamentos de mercancías variadas, algunas de origen misterioso como veremos.

Como digo el barco era una auténtica maravilla de la época. Imaginaros los elegantes camarotes con sus ojos de buey, ventilación, y luz eléctrica, por cierto, fue el primer barco con luz eléctrica en todas las estancias.

Salón de música, biblioteca, salón de fumadores, con una gran escalinata con una bonita claraboya que dejaba pasar la luz y por la que los pasajeros de las clases superiores se trasladaban a los comedores, salas de fumadores o a un gran balcón rodeado de mesas y sillones con el suelo tapizado, desde donde se divisaba el mar.

Allí precisamente fue donde Marina Vidal conoció al joven José Martins Vianna un joven brasileño que regresaba a casa tras realizar su carrera de ingeniería en Ginebra.

El barco por supuesto tenía unas grandes cocinas, con panadería incluida y hasta un pequeño hospital.

Pero no todo era lujo.

En los sollados, la parte baja del barco, estaban los alojamientos de la clase emigrante, con capacidad para 1500 personas. Habitáculos comunes con hileras de literas metálicas con colchón de paja y una manta, con poco espacio entre ellas, una pequeña cortilla de separación y desde luego sin excesiva ventilación.

Esta clase, tenía su propio comedor con mesas y banquetas corridos con derecho a postre los domingos.

Desde el sollado podían subir a dos sectores de la cubierta principal para tomar el aire y donde unas grandes lonas les cubrían de sol o de la lluvia.

El 23 de febrero finalizaba la escala en Las Palmas y se ponía rumbo al puerto de Santos, en Brasil.

Oficialmente 588 pasajeros, pero se sospecha que el número podrían ser muchos más ya que la clase emigrante no era del todo declarada, e incluso se sospecha que en lo más profundo se alojaba un grupo de italianos que huían de la guerra.

La travesía del Atlántico en tiempos de guerra era altamente peligrosa. Aunque España era una nación neutral, el peligro de hundimiento por parte de los submarinos alemanes era permanente, ya que estos no solían preguntar antes de disparar sus torpedos.

Pese a la preocupación del Capitán Lotina y de sus oficiales, que pasaban las guardias vigilando con sus prismáticos y catalejos la presencia de los silenciosos enemigos, el resto del pasaje pasaba los días disfrutando cada uno dentro de sus posibilidades.

Marina y José tonteaban a lo largo de las cubiertas y salones, forjando una buena amistad.

La travesía

Después de dos semanas de navegación, la noche del sábado 4 de marzo los pasajeros disfrutaban de la fiesta de Carnaval. Música, bailes y canciones alegraban las diferentes cubiertas. Unos con más lujo que otros, pero bueno, todos ya pensando en que el día 5 se arribaba por fin al puerto de Santos en Brasil, a donde ya se había telegrafiado la llegada.

Sobre las 3 de la madrugada del día 5, todavía quedaban algunos pasajeros apurando la fiesta, pero la mayoría ya se había retirado a sus estancias.

El capitán trataba de descansar en su camarote, justo debajo del puente de mando, algo preocupado por las condiciones atmosféricas.

En ese momento sonó por el tubo acústico que comunicaba el puente con su camarote, la voz del oficial de guardia: “Capitán, capitán, la visibilidad es crítica, la niebla y el temporal lo cubre todo”.

Lotina sabía que era una situación a la que debía acudir.

Llego al puente y observando la carta náutica y el cuaderno de bitácora, cogió el compás de rumbos y torció el bigote…

¡Que las máquinas estén atentas…!, dijo, mientras miraba a estribor, hacia el lado derecho del barco, intentando identificar el faro de Ponta do Boi, que debería verse, situado en el istmo de la paradisiaca isla de San Sebastián o Isla Bella a pocas millas de la costa brasileña.

“¡Avante media!”, ordenó, rompiendo el silencio y la tensión del momento.

Daban las cuatro de la madrugada cuando ya todo el pasaje dormía.

La tragedia

Daban las cuatro de la madrugada cuando ya todo el pasaje dormía.

El segundo oficial Rufino Onzaín, hacía el relevo y se hacía cargo de la guardia, mientras el capitán seguía intentado vislumbrar algo a través de la niebla y el temporal.

“¡Que empiecen a tocar la sirena de niebla y 65 grados a babor!”

De esta forma el Capitán corregía el rumbo llevando al barco ligeramente hacia mar adentro, de nuevo.

En ese momento un relámpago iluminó la noche…

“¡Dios mío Onzaín! ¡Todo a babor!¡Atrás, a toda máquina! ¡Estamos en los acantilados de Punta de Pirabura! ¡Estamos en el arrecife!”

“¡Todo a babor!¡Todo a babor!”

Eran exactamente las 4,14 de la madrugada cuando se escuchó un tremendo estruendo ensordecedor en medio de la noche.

La quilla del Príncipe de Asturias chocaba con algo en el fondo que le impulsó levantándole con fuerza hacia arriba.

Al caer, el barco se resquebrajó unos 40 metros, la proa se sumergía y su popa se levantaba dejando ver por un momento las hélices girando fuera del agua. En un momento el buque se partió en dos, provocando una fuerte explosión de las calderas haciendo saltar todo por los aires.

La bodega de proa quedó totalmente destruida y el agua inundó rápidamente el barco llevando consigo todo lo que encontraba. Pasajeros, carga, mobiliario, todo era arrastrado sin compasión.

El capitán ordenaba rápidamente el arriado de botes para todos lo que había podido llegar a cubierta, pero no había tiempo. Todos corrían despavoridos intentando salvarse.

Marina Vidal consiguió llegar a cubierta y sin pensarlo se lanzó al mar con valentía. Sabía nadar y era su única posibilidad, antes de que el barco se hundiera y le arrastrara con su torbellino.

En esos primeros momentos los que llegaban cubierta eran barridos por las olas.

“¡Que envíen un SOS!”, gritó el capitán, pero ya era tarde, no había electricidad. Todo estaba perdido.

El Príncipe de Asturias se hundía de proa y la popa asomaba por encima de la superficie del mar en un ángulo de unos 70 grados.

La proa del trasatlántico chocó contra el fondo del mar. Después se produjo una última explosión y el barco se hundió completamente.

Dentro del casco habían quedado atrapados unos cuatrocientos pasajeros y tripulantes.

El barco se hundió en poco más de cinco minutos llevándose consigo todo lo que pudo.

En la oscuridad de la noche los náufragos luchaban por su vida observando la escena, alumbrados por los relámpagos.

Capitán D. José Lotina.

Las historias de los náufragos son estremecedoras. El agua hervía por la explosión de las calderas.

Muchos de ellos estuvieron horas en el mar hasta que los rescataron, a otros los arrastró la corriente y pudieron llegar a la costa, mientras que otros murieron contra las rocas de los acantilados.

Marina Vidal consiguió sujetarse a unas maderas, y comenzó a salvar a muchas personas, entre ellas a su amigo José.

El oficial Rufino Onzaín, arrastrado por el agua, fue capaz de sujetarse a una puerta y llegar al único bote salvavidas que quedó flotando por efecto de la explosión y en el que habían conseguido subir 17 náufragos. A partir de ese momento se hizo cargo del mando del bote y se dedicó a hacer viajes entre los restos del naufragio y la costa recogiendo a más de 120 supervivientes.

En solo 5 minutos fallecieron la mayoría de las casi 600 personas que se estima se encontraban a bordo de forma oficial. 445 se hundieron con el barco. Solo 143 personas sobrevivieron a la mayor tragedia marítima de España. 

Siempre quedará en la duda cuantos fallecieron realmente.

Durante los días siguientes varios buques de diferentes países rastrearon la zona en busca de supervivientes y restos humanos. Muchos de ellos aparecieron en las costas brasileñas a lo largo de muchos meses, siendo enterrados por los lugareños.

El enigma.

El “Príncipe de Asturias” es el llamado Titanic español. Un suceso muy desconocido, que no se dio a conocer para no perjudicar a las grandes compañías transatlánticas, ya que tanto el hundimiento del Titanic como del Lusitania, habían causado grandes pérdidas a las compañías.

La leyenda perseguirá siempre este naufragio, ya que nunca se pudo demostrar la razón exacta del hundimiento.

Por un lado, está la versión oficial que es la os he narrado.

Por otro está quien dice que un buque de guerra británico torpedeó al Príncipe de Asturias para acabar con un grupo de alemanes que viajaban en el buque o quizá algún submarino alemán.

Otros afirman que en la zona del accidente se producían habitualmente alteraciones magnéticas y la nave estaba cargada con toneladas de diferentes metales facilitando desviarle de su rumbo.

Y también se afirma que el barco trasladaba un conjunto de 20 estatuas maldito, que se iban a utilizar en la construcción de un monumento en Buenos Aires. Varios de los escultores habían fallecido repentinamente y su traslado estuvo lleno de problemas, como si no quisieran ser trasladadas. La maldición de las esculturas.

Se asegura también que el naufragio fue por causa de la maldición de la Bruja Elisa.

En 1916 hubo en la Barceloneta, el puerto de Barcelona, un asentamiento judío que huía de la guerra, donde vivía una madre con su hijo.

Isaac, que era como se llamaba, se enamoró de una guipuzcoana llamada Elisa, que practicaba artes ocultas.

Isaac y su madre, adquirieron pasajes para Sudamérica, y Elisa rogó encarecidamente que la llevaran con ellos, cosa a lo que la madre se negó, con excusas de todo tipo. El despecho de Elisa, fue tal que maldijo el buque: “Seréis como Moisés, moriréis antes de llegar a la tierra prometida”.

Existe otra teoría conspirativa.

Según se supo en los años 50, el barco podía haber trasladado once toneladas de oro, que viajaban sin declarar a un destino misterioso. Era una carga secreta conocida sólo por el capitán y algunos de los oficiales. Además, Lotina guardaba en la caja fuerte de su camarote un millón de dólares en dinero, además de otras grandes cantidades en pesos uruguayos, pesetas y reales brasileños.

Mediante un mensaje secreto al capitán del barco, se remitieron unas coordenadas de un punto, junto con dos enigmáticas cifras: un 5 y un tres…¿el 5 a las 3?

Dos días antes del hundimiento el capitán había mandado revisar los mecanismos del cabestrante de babor de popa, elemento que se empleaba para descargar directamente de la bodega donde se supone estaban las cajas con el oro, sin ningún tipo de etiquetas ni distintivos.

Hay quien asegura que la noche del suceso un mercante fantasma sin luces y un pequeño barco pesquero se acercaron al Príncipe de Asturias y se llevó a cabo el traslado de unos bultos sospechosos. Perdiéndose ambos barcos en la oscuridad de la noche y propiciando con la maniobra el acercamiento peligroso a la costa, favorecido por el temporal y la niebla.

Algún superviviente señaló que el capitán se suicidó al ser consciente del hundimiento, hay quien dice que no se le vio durante el mismo y quizá desapareciera con la carga misteriosa…hay quien asegura que murió como un auténtico capitán hundiéndose con su barco.

¡Quién sabe! Las leyendas son así.

Nunca se sabrá realmente que pasó, pero lo que sí que es cierto es que el Príncipe de Asturias, el Titanic español, se fue a pique la madrugada del 5 de marzo de 1916 sin saber realmente cuantas personas perecieron.

Los restos del transatlántico todavía hoy son buceados. Pero se considera uno de los pecios más difíciles de Brasil, guardando en su interior muchos de sus secretos.

En el naufragio del Príncipe de Asturias perdieron la vida muchos que tenían en su pensamiento comenzar una vida mejor, llena de ilusión y esperanza, viendo truncadas sus vidas por las fatalidades del destino.

Los restos de muchos de ellos descansan en las profundidades de Pirabura en las costas de Brasil.

Hoy no hemos acercado otro poquito de la Historia desconocida de España, que no sale en los libros.  El naufragio del Príncipe de Asturias, el Titanic español. Espero que os haya resultado interesante.

Gracias amigos, Un saludo. No vemos pronto.

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